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Él acabó bien

         En 1791 John Wesley, el líder del despertar espiritual metodista, tenía 87 años de edad y muy poca salud.  No había podido predicar al aire libre por algunos meses, a pesar de lo mucho que le gustaba hacerlo.

         El viernes 23 de febrero de 1791, Wesley respondió a la petición de un acaudalado mercader londinense de nombre Belson, a quien conocía muy poco, pero quien quería que lo aconsejera después de la muerte de su esposa.  Los veintiséis kilómetros de la casa de Wesley en Londres, hasta la residencia de Belson en la villa de Leatherhead, era un viaje arduo para un anciano.  Después que estuvo conversando con él en privado por hora y media, Belson entonces le informó que había enviado a sus sirvientes a la villa para que invitara a todos, a que vinieran y escucharan su predicación.  Colmando la elegante mansión, los habitantes de la villa escuchaban concentrados cómo Wesley predicaba sobre Isaías 55:6: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano” (Isaías 55:6).

         El jueves, James Rogers el asistente de Wesley, le leyó un folleto publicado recientemente por Gustavus Vassa, un africano que había sido vendido como esclavo en Barbados, y que luego fue enviado por su amo a Inglaterra, en donde se convirtió en cristiano.  La historia conmovió tanto a Wesley que dictó una carta para su amigo William Wilberforce quien estaba luchando activamente en el parlamento para abolir el tráfico de esclavos.  Le dijo: “¡Oh, no te canses de hacer el bien!  Sigue en el nombre de Dios y en el poder de su fortaleza, hasta que incluso, la esclavitud en América, lo más vil que haya visto el sol, sea abolida... Que Ese que te ha guiado desde tu juventud, continúe fortaleciéndote en esto y en todas las cosas, es mi oración querido amigo, tú afectuoso siervo, John Wesley”.

         Wesley tuvo dificultad para sostener la pluma y firmar su nombre.  Ésta sería su última carta.

         Para el primero de marzo, John Wesley, quien había preparado a tantos para la hora de la muerte, estaba felizmente aguardando su fin.  Aunque había estado hablando muy poco, esa tarde decidió levantarse de la cama.  Sorprendió a todos al cantar dos estrofas del salmo métrico de Isaac Watts, que comienza diciendo: “Te alabo mi Hacedor mientras aún respiro”.  Fue capaz de sentarse un poco mientras cantaba y luego tuvo que volver a acostarse.  Conforme sus amigos más íntimos se reunían a su alrededor pudo decir “Amén” a sus oraciones.  En un punto, Wesley sorprendió a todos cuando dijo con fuerte voz: “¡Lo mejor de todo, es que Dios está con nosotros!”.

         El 2 de marzo de 1791, sus familiares y amigos se arrodillaron junto a su cama, y su última palabra fue: “¡Adiós!”.  La tristeza de ellos estaba atenuada por el conocimiento de que había entrado en el gozo de su Señor.

         En su vida John Wesley logró a hacer lo que muy pocos han hecho, y murió como el hombre más amado de Inglaterra.  Comenzando a los 36 años como un predicador ambulante, viajó unos 402 mil kilómetros a caballo y predicó más de cuarenta mil sermones a multitudes tan numerosas como veinte mil personas.  Predicaba regularmente tres veces al día, a menudo comenzando a las cinco de la mañana.  Para el tiempo de su muerte había setenta y nueve mil metodistas en Inglaterra y cuarenta mil en América.  Fue llamado “El padre de los libros religiosos de bolsillo”, publicó cerca de cinco mil sermones, folletos y panfletos.  Durante su vida vivió frugalmente - con parquedad en la comida y bebida, donando cerca de ciento cincuenta mil dólares de su exiguo ingreso para la propagación del Evangelio.

         Lo único que dejó fue dos chaquetas bastante gastadas, dos cucharas de plata y la Iglesia Metodista.

Reflexión

         Pocos hombres han influenciado el mundo para bien como John Wesley.  Dios lo usó  para cambiar los corazones de tantos, que muchos historiadores le acreditan el haber impedido la propagación de la revolución francesa en Inglaterra.  Pero... ¿Qué lecciones hay para nosotros en la vida de John Wesley?

         “Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto; y servid a Jehová” (Josué 24:14).

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